viernes, 13 de mayo de 2016

Remembranzas

Me acuerdo de quién era hace 6 años y parece otra persona, extraña y ausente. Pero no, esa persona que fui, sigue estando, suelta en la memoria.
Ya no me sale escribir como en ese entonces, cuando era casi la única forma de expresarme por fuera de un exterior gris opaco, que hoy me parece brillante al comparar.
Una sensación me recorre el cuerpo, una idea, un calor que nace desde los pies y me incendia la cabeza y achicharra el corazón. Es un sensación conocida, temida, esperada. La noción, con grado de certeza-miedo, de que las decisiones fueron tomadas y no hay forma de parar el constante avanzar de lo inevitable.
Hoy me puse a pensar que me pasó cuando escribía las últimas entradas en este espacio, me llegó un recuerdo vívido y real, de aquellos días donde perdí una parte de mí, que nunca recuperé.

El día de mi cumpleaños ella se quedó en casa, desde hacía días que estaba rara, desafiante. Esa noche no. Tapada, me miraba con la frazada medio cubriéndole la cara y dijo: “¿vos me vas a cuidar siempre que esté enferma?”
Se fue temprano, siempre se iba al amanecer. Nos abrazamos, fue el último beso y se subió al auto, la calle se la devoró y ya nunca la volví a ver como la conocía, la Noelia que vivía en mí se fue esa mañana y no me di cuenta. Pero ese abrazo (hubo otros luego, pero ese fue el final) todavía lo llevo grabado, un apretón fuerte, de algo que se debe soltar, pero que un poco no se quiere dejar, la marca fuerte de los cuerpos que nunca se van a volver a unir de igual forma.
Los días siguientes estuve encerrado estudiando (en esa época me lo tomaba más en serio) para un examen de estadística en el que falle horriblemente. Fue un jueves, y en ese colectivo de regreso le mandé un mensaje. Ese fracaso era un alivio, porque por fin, aun fallando, iba a tener tiempo para estar con ella y salir, compartir momentos. Entonces llegó la respuesta.
“Vemos
Tenemos que hablar”
Mi cuerpo se lleno de humo, el golpe me llegó de plano.
¿Cuantos amores tuve en lo que va de vida? Llenan una mano y cada uno fue distinto, más completo y redondo, brillante y pulido, refinado. Como, quizás, todos los amores románticos, bello, atesorado, pero frágil.
Esa mañana en la plaza, hubo pocas palabras, algunas lágrimas y un frío que desde lo lejos todavía me recorre la espalda.
Cuando me fui nos unimos en un abrazo, pero no nos fundimos, ya eramos dos extraños que se conocían mucho, que se querían, que se iban cada uno por su lado.

Meses estuve dando vueltas por ese abismo que se construye la gente que nunca sabe como afrontar el derrumbe de una construcción que, en realidad, es propia y egoísta. Y hasta que entendí y acepté mi lugar como ser, perdí mi dignidad muchas veces. Seguramente me humillé, quizás di lástima. Acciones que diezmaron mi autoestima y aprecio.
Después de mucho tiempo, me pongo a leer lo que escribía en esos días y aunque me da vergüenza ajena, por ese tipo extraño de hombre que era. Estoy contento de haber vivido eso, de haber sentido así, con este corazón incompleto, con este cuerpo imperfecto, con la cabeza enloquecida.
Hoy la incertidumbre, el miedo y un montón entidades sin forma que tenía guardadas me vienen a visitar. Me recuerdan que siempre van a volver, no importa que tanto me quiera librar de ellos y que al fin de cuentas me hace humano, más humano, tener que volver a pasar por la misma gama de emociones. Por que ese siempre ha sido el precio de querer.